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Todo diamante fue carbón

Manché la blusa de Carmen, y fue mi lágrima la que lo hizo mientras me afanaba por sostener el fonendo sin llegar a temblar; aunque podría haber sido la que brotaba de sus ojos mientras me sostenía la mirada con más pena que miedo. Y se sumó un portazo. Apenas dos o tres días de prácticas en el servicio y un cúmulo de sentimientos borboteaban en la boca de mi estómago. ¿A quién debo consolar? ¿a esa chica que sale despavorida porque aún más joven que yo sabe que su madre está desapareciendo, que ni siquiera puede ya tenerse en pie? ¿a la mujer que tengo delante cuyo mayor dolor es que el cáncer de pulmón que la atormenta durante los últimos meses la separe de sus hijos? Manitol, corticoides, bajar la presión intracraneal que provocan sus metástasis, rápido, sí, pero no. Eso es lo que yo llamo “estirar el chicle un poco más” sin poner remedio a los agujeros que la vida deja con las heridas del alma, esas que no me han enseñado a curar.

Tras las que creíamos la prueba más dura de nuestra historia, después una lucha titánica y elitista hasta vernos en la fachada de la que sería nuestra “Facultad de Medicina”, nadie comprobó que valíamos para ello. Nadie reparó en que necesitaríamos una base de inteligencia emocional para poder ser un buen profesional ni que quizá alguien estuviera sobrado de esto pero, a las puertas, porque flaqueó en el examen de matemáticas y solo rozó el nueve. Imposible encontrar entre miles de esquemas en seis años de carrera algo que solucionara la tara inicial, más que algún profesor saliéndose del guion que a unos más que otros nos hiciera reflexionar. Cuando crees que todo el sufrimiento hasta la fecha acaba en un salón de actos, broche final, aplausos, una banda, orgullo; te encuentras de pie jurando proteger la dignidad y respeto a la vida de nuestros pacientes, con conciencia y con buena práctica médica. Y esa promesa se diluirá en alegría y abrazos pero esas palabras volverán apresuradas a tu memoria, esas que repetiste con ilusión pero con desconocimiento. Volverán el primer día de tu consulta en Urgencias, llamarán a tu puerta cada quince minutos, se cruzarán contigo en los pasillos, en el silencio y la soledad de una guardia y a través de los ojos de cientos de pacientes te preguntarán si lo estás haciendo bien.

Nadie nos prepara para lo que nos viene, son las distintas experiencias las que nos van a ir moldeando a partir de lo que trajimos puesto pero ¿y si es eso lo que falla? Todos partimos de unos bloques teóricos-científicos comunes y aprendidos pero son los cimientos de humanidad, de empatía, de atender las necesidades más profundas y espirituales los que sustentan una relación fuerte y sana con alguien que te confía su vida. La visión holística e integradora de la que nos jactamos es a día de hoy más utopía que realidad, una grieta que debe ser sellada con formación continuada y activa. Todos sabemos lidiar con la alegría, con el entusiasmo de una mejoría, de un niño que viene al mundo pero pocos con la incertidumbre, con el temor, con la soledad o con la frustración. Somos humanos que elegimos un día nuestro camino (yo siempre pensaré que no tuve mucha opción y el camino me eligió) y, por ello, guardamos la posibilidad de flaquear pero cuando el mundo que conocíamos hasta ahora se apaga tenemos la obligación de estar preparados para ser luz.

Pero sin cimientos una casa cae.

Una residente de carbón.

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